Concepción Cabrera Cruz contando una historia

Concepción Cabrera Cruz

1933 – 2024

Hace unos años atrás, le pedí a Mai Concha que me enseñara a hacer carne mechada. Abuela tenía muchos años de experiencia como cocinera de fondas y comedores escolares, pero encima tenía un don sobrenatural para cocinar carnes. Así que un día fui al supermercado, compré un lechoncito de mechar, se lo entregué esa tarde y le dije, “Mai, mañana lo hacemos juntas para el almuerzo. Quiero aprender cómo lo haces tú.”

Al otro día, me desperté cuando despuntaba el alba para aprender con abuela a hacer su mítica carne mechada. Imaginaba, ingenua yo, que juntas comenzaríamos el proceso cortando ingredientes, mechando y adobando la carne. No tan pronto llegue a la marquesina de la casa, un olor delicioso a comida de fonda me llegó a la nariz.

“¡Mai, pero te dije que me esperaras, que quería aprender de ti!” le dije, entre frustrada y entretenida.

Abuela me contestó con toda la convicción del mundo que ya se hacía muy tarde y que había que tener el almuerzo listo. No podíamos dejar que la gente en casa se muriera de hambre. Eran las seis y media de la mañana.

Mai Concha era así. Una vorágine de energía. Las cosas en casa se hacían temprano, rápido, con pasión, pero sobre todo en grande. Ella cocinaba en grande. Ella limpiaba en extra grande. De hecho, todas las mañanas barría no solo las hojas al frente de su casa sino las de toda la calle. Su explicación era que “las cosas hay que hacerlas bien, nena.”

Siguiendo esta filosofía de vida, otra cosa que abuela hacía de manera inmensa era amar. Abuela amó intensamente a su esposo, hijos, padres, hermanas, nietos, bisnietos, nueras, y yerno. En su corazón había un espacio infinito para acomodar familia, amigos y todo aquel que necesitara un abrazo, una sonrisa y un platito de comida (tal vez, con un poco de la carne mechada que nunca aprendí a hacer). El alma de abuela era tan pura y su corazón tan inmenso que amaba libre de peros y condiciones. Nunca le conocí guardándole rencor a nadie. Nunca. Para ella, todo el mundo era merecedor de amor y comprensión.

Hace unas horas, llegué a Puerto Rico a despedirme de ella. Extrañaré su dulce cara, su voz cantarina, su risa contagiosa, sus apretones fuertes que —según ella— eran delicados abrazos. Extrañaré pedirle la bendición al principio y al final de cada conversación. Voy a extrañar ese corazón inmenso que amaba sin peros ni condiciones. Mi papá siempre decía que abuela era tan buena que la gente le tomaba el pelo. Hoy pienso que abuela era así de inocente porque ella nunca fue de este mundo. Si los ángeles existen y caminan entre nosotros, estoy segura de que mi abuela era uno de ellos. Hace unas pocas horas, este ángel terminó su misión en la tierra y se regresó al paraíso.

Mai, te amamos infinitamente.

Marie Carmen Ubiles Rodríguez

9 de junio de 2024